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Los verdaderos héroes.

Incluso instantes antes de abordar el AR 2499 de Austral que me llevaría sin escalas a San Salvador de Jujuy, pensar en el viaje era de por si una extraña mezcla de expectativa, temor y esperanza: estaba partiendo rumbo a uno de las provincias más pobres de la Argentina, a realizar asistencia social, sin ninguna bandera política y con varios interrogantes con respecto a como iba a resultar todo.
Pero el viaje no había comenzado el 5 de Diciembre a las 13:25 horas, momento en el cual me estaba subiendo a la aeronave. Como todo proyecto, nació de una charla que mantuve 5 meses antes de esa fecha con mi amiga Adriana Pelazzo, quien me comentó los problemas que estaba atravesando una escuelita primaria de una comunidad aborigen de Lipán, un pueblo perdido en la altura de los cerros Jujeños, a 174 kilómetros de la capital.
Adriana me puso entonces en contacto con dos personas que serian determinantes en todo esto: Angélica Castillo y Lucy Vitte.
Angélica es una integrante de la comunidad de Lipán con pasta de líder que enseguida pasó a ser mi nexo con esa gente, mientras que Lucy actúo eficientemente organizando la logística del proyecto aportando soluciones a los problemas que iban surgiendo sobre la marcha.
Poco tiempo después de esa primera charla con Adriana es que me contacto con Javier Stein, uno de los directores voluntarios de una ONG llamada Hillel, y le propongo dar un Workshop : “Como abrir una cuenta en un broker online americano y operar desde 3.500 dólares”.
Todo sonaba todavía un tanto delirante: ¿que relación podía existir entre Wall Street y una comunidad aborigen del norte de Argentina? Como me escribió Angélica cuando se lo comenté vía email: es emocionante que dos culturas tan distintas se junten.
Además del Workshop, realicé en paralelo dos acciones más, la primera de recolección de donaciones (mayoritariamente ropa y juguetes) y la segunda con la editorial Granica, para pedirles libros con el objetivo de ir armando una biblioteca en la escuelita. Los resultados fueron satisfactorios en ambos casos.
Al curso en Hillel vinieron casi 30 personas, cifra record hasta el momento en cuanto a convocatoria. Recolectamos $3.000 en total, cuyo destino fue integro para la comunidad de Lipán.
Al hablar por teléfono con Angélica para contarle los resultados y preguntarle cuales eran las necesidades más urgentes para el destino de esa suma, me propone comprar 3 salamandras (calefactores especiales de alto rendimiento y bajo consumo que tienen como característica principal el perfeccionamiento del sistema de doble cámara de combustión lenta que actúa reteniendo el aire caliente por mayor tiempo, disminuyendo la velocidad de la combustión, haciendo que la leña se queme en forma lenta, sin perder poder calórico y, por consiguiente, produciendo ahorro de combustible) para el próximo invierno, ya que según sus propias palabras “el invierno pasado había sido muy duro”.
El siguiente paso fue despachar los 90 kilos de donaciones en Retiro rumbo a Jujuy. El costo del envío (más de 600 pesos) fue cubierto por un amigo, Mariano Arroyo, que cuando se enteró de lo que estaba haciendo me ofreció asumir ese pago para colaborar de alguna manera. En ese momento es que recibí la primera de varias enseñanzas, motivo de asombro personal: como la gente busca colaborar y sumarse a proyectos solidarios cuando ven que hay alguien comprometido con la causa.
El vuelo de Austral salió sin demoras y llegó a horario a San Salvador de Jujuy, un domingo nublado y caluroso. Adriana me estaba esperando en el aeropuerto y enseguida me presentó a Lucy Vitte. Una hora más tarde estábamos sentados en un bar céntrico armando el operativo para el día siguiente. Había que retirar las donaciones del deposito de la empresa, ir a comprar las salamandras y llevar todo eso a Lipán, que quedaba a más de 4.000 metros de altura en un cerro al cuál se accede luego de transitar un último tramo de caminos de tierra no muy transitables.
Luego de varios llamados, entre Lucy y Adriana consiguieron que la legislatura jujeña ponga a nuestra disposición una camioneta Toyota Linux. Terminamos los cafés y nos miramos contentos: las cosas iban saliendo bien.
Muy temprano a la mañana siguiente comenzamos con lo pautado, retirando las donaciones y las salamandras de El Corralón de Chaco, y salimos junto con Adriana rumbo a Lipán. Lucy no fue de la partida porque se encontraba anémica y la altura Lipaneña estaba contraindicada para esos casos.
Salimos a las 10AM y cerca de las 11hs llegamos a Purmamarca (en lengua Aimara purma significa desierto y marca ciudad, literalmente “pueblo del desierto”, pero desierto en dicha lengua significa también la tierra inculta, no tocada por la mano humana, de allí que la traducción más adecuada en esta lengua sea “pueblo de la Tierra Virgen” y en quichua “pueblo del león”) que queda sobre la Ruta Provincial Nº 16, a 4 km al oeste de la Ruta 9, a 65 km de San Salvador de Jujuy y a 22 km de Tilcara. Quizás sea el más pintoresco y encantador pueblo de la quebrada de Humahuaca aunque geográficamente pertenezca a otra quebrada transversal homónima, rodeada por sierras multicolores.
Este lugar de ensueño se encuentra a un poco más de 2000 metros sobre el nivel del mar, y la altura ya se empezaba a hacer sentir.
Para llegar a Lipán la mayor cantidad del camino corresponde a senderos que suben en círculos el cerro, en muy buenas condiciones ya que es un camino de tránsito para camiones que van y vienen a Chile a través del Paso de Jama.
A medida que íbamos trepando con la Toyota las nubes estaban cada vez más cerca, y a los 4.100 metros de altura ya las estábamos atravesando con la peligrosidad que eso significaba: debíamos doblar en curvas pegadas a precipicios y las formaciones de neblina hacían que no se pudiese ver prácticamente nada a más de 20 metros de distancia.
Pero la destreza del experimentado chofer hizo que me sintiera tranquilo: había transitado este mismo camino en una oportunidad con una densa nieve y sin cadenas en las ruedas, y en otra tuvo que bajar con los frenos gastados. Un verdadero as del volante.
Para no apunarme, acepté la sugerencia de “coquear”. El coqueo es una costumbre del Norte del País, heredada de los pueblos originarios de Bolivia y Perú. Consiste en ubicar hojas de coca entre la mejilla y los dientes. De esta forma, acomodándolas bien, se forma un “acullico o acuso”, el cual al mezclarse con la saliva va soltando su jugo. Esta costumbre de coquear, tiene efectos muy beneficiosos para la salud comprobados médicamente, por ejemplo: alivia el mal de la altura, quita el hambre y el sueño y ayuda a la digestión.
La travesía finalizó a las 13hs, momento en el cuál llegamos a la comunidad aborigen.
En ese preciso instante se estaba desarrollando una misa al aire libre, y los lipaneños se protegían del sol que castigaba desde muy cerca con un toldo armado especialmente para la ocasión. Conté alrededor de 60 personas.
Enseguida Angélica vino a nuestro encuentro: nos recibió con un cálido abrazo y nos invito a sumarnos al acto religioso, que se extendió durante 40 minutos más.
Cuando estaba por terminar el mismo, me pidió si podía decir unas palabras y yo accedí con gusto.
La meticulosa organización que presentaba el lugar hacia pensar que se trataba de una celebración importante para la comunidad: micrófonos, parlante, personas tocando la guitarra, la flauta y el tambor, y una sensación de respeto y cordialidad latente en cada gesto.
Me subí al escenario y les agradecí el haberme recibido. Luego les conté como había llegado hasta ahí, y mientras la veía de reojo a Adriana que sacaba fotos les comenté lo contento que estaba de encontrarme en este lugar y la expectativa que tenia
de charlar con ellos y conocerlos.
Cuando terminé de hablar, para mi total sorpresa, Angélica me entregó un hermoso cuadro preparado por ellos con una foto del Lipán y una leyenda de agradecimiento con mi nombre, y ese sencillo pero emotivo acto es una imagen que guardaré por siempre en mi corazón.
Angélica nos llegó luego a recorrer el lugar: el fuerte viento y el polvo por momentos dificultaban el traslado por entre las construcciones, algunas a medio terminar. Sin electricidad ni gas, y con el agua de pozo que pasaba a 15 metros de profundidad, se veía que se las arreglaban con el mayor ingenio posible y con mucho orgullo.
Luego nos presentaron a los “mochileros”: un grupo de jóvenes de entre 15 y 20 años, que bajo la coordinación de Angélica se ocupaban de que todos se sientan a gusto en la celebración, cocinando un exquisito cordero guateado que comeríamos al poco tiempo.
Pero los mochileros eran mucho más que simples organizadores de eventos. Constituidos como un grupo homogéneo de gente con compromiso social, eran los encargados de llevar adelante acciones comunitarias con el objetivo de beneficiar a las familias que vivían dentro y alrededor de Lipán, y esa fue mi primera gran sorpresa: los lipaneños no actuaban como simples receptores de ayuda y donaciones, es decir, no tenían una actitud pasiva, sino que a su vez realizaban tareas solidarias para ayudar a todas las personas que tenían cerca.
Tuve la oportunidad de ver las prolijas carpetas en donde habían volcado las anotaciones del relevamiento que habían hecho de la cuenca recientemente: 240 familias que vivían en lugares inhóspitos y muchas veces inaccesibles, a las que habían llegado llevando comida y ropa que su vez les habían donado a ellos, además de cursos de lectura y otras actividades que habían podido dictar en lugares a los cuales habían tenido que llegar en burros o caminando durante largas horas por caminos rocoso y secos.
Durante la comida, se fueron intercalando discursos de la gente de la comunidad, que vencían la timidez para agradecerles al resto por el apoyo y contar las cosas que habían estado haciendo. No pude encontrar en sus palabras reclamos ni ningún otro tipo de sentimiento negativo para con un Estado evidentemente ausente y abandónico.
Luego de comer, los mochileros se ocuparon de descargar y clasificar las bolsas con donaciones y las 3 Salamandras que habíamos comprado por la mañana. Hablando con uno ellos me entero que en este último invierno habían hecho en Lipán 25 grados bajo cero, con nieve incluida. Levanto la vista y veo los techos de chapa y trato de imaginarme lo que debe ser soportar para los chicos estar en la clase con esa temperatura sin calefacción ni recursos. No puedo.
Luego fue el turno de charlar con los maestros de la escuela aborigen, que suelen subir los Lunes hasta Lipán para bajar recién el Viernes. Las dificultades de traslados hacen que no puedan ver a sus familias durante ese lapso.
Para colmo, cobran el sueldo de maestros comunes, es decir, no cobran el plus por “zona desfavorable” que les correspondería por ley. De todas maneras realizan su trabajo con una pasión y una dedicación pocas veces vista, convirtiéndose, a mi juicio, en los verdaderos héroes de este país tantas veces injusto para con sus habitantes.
Cerca de las 5 de la tarde comencé a sentir con más fuerza el apunamiento: dolor de cabeza, fatiga al desplazarme, cansancio súbito. La despedida estuvo inmersa en un aura de gratitud, bondad y cariño que pocas veces había sentido en mi vida.
Hay veces que uno quiere dar, pero dar desinteresadamente, y cuando logra accionar, en un determinado momento se produce un insight, un descubrimiento. Mientras la camioneta volvía a atravesar las nubes, cuesta abajo, un pensamiento se abría pasa en mi cabeza: no importaba si lo que había hecho ( y lo que haría de ahí en más) por esta gente era mucho o poco; yo me iba del Lipán habiendo recibido mucho más de lo que pude entregar.
Desprendimiento, filantropía, generosidad, beneficencia, benevolencia, caridad, abnegación, acogimiento, celo, civismo, hospitalidad, humanidad y sacrificio ya no eran palabras huecas y vacías. Tenían ahora, para mí, un significante, y acababa de aprenderlo en un aula de una escuela perdida del norte Argentino.

Nota 1: Pueden ver más fotos del viaje aquí.
Nota 2: Para aquellos interesados en conocerla y enterarse “de primera mano” de las necesidades de su gente, Angélica vendrá a Capital Federal el 17 y 18 de Diciembre.
Me pueden escribir a info@nicolaslitvinoff.net para coordinar encuentros y ayudarla en su causa.


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