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Europa y los vagos.

Comparto con los lectores de mi blog una nota aparecida este fin de semana en el suplemento IECO de Clarín, que me gustó mucho y con la cuál estoy muy de acuerdo.
Fué escrita por el economista Ha-Joon Chang (nacido en Corea del Sur en 1963) es uno de los economistas heterodoxos más destacados del mundo, especializado en la economía del desarrollo.
Su línea de pensamiento se acerca a la corriente neokeynesiana, que defiende la intervención del Estado en la economía, en calidad de regulador, con el fin de corregir las distorsiones del mercado.
En una entrevista afirmó que el Estado “debe regular, sobre todo en países en desarrollo, porque hay sectores estratégicos en los cuales el sector privado no quiere intervenir por el riesgo. Como regla general, diría que el Gobierno y la empresa privada pueden trabajar conjuntamente, pero la regulación es básica, porque los mercados no pueden autorregularse” y agregó, respecto a la relación entre el Estado y los empresarios, que “lo óptimo es que sean aliados, que se comprendan mutuamente y que tengan la capacidad de trabajar en conjunto”

A continuación, la nota titulada: Europa y el fantasma de la vagancia.

Un fantasma recorre Europa”, empezaba el Manifiesto Comunista de 1848. Hoy, el fantasma no es el comunismo, sino la haraganería.

Lejos están los días en que las clases altas tenían pánico de la turba que quería destruirlos y confiscarles las propiedades. Hoy su enemigo es el ejército de vagos, cuyo estilo de vida indolente y hedonista, financiado por los impuestos exorbitantes a los ricos, le está chupando la sangre a la economía.

En Gran Bretaña, el gobierno critica todo el tiempo a esos holgazanes beneficiarios de planes sociales que duermen la mona después de duras noches viendo Sky Sports y apostando online. Su descaro, apañado por el anterior gobierno laborista, se nos dice, es la causa de los enormes déficits de los que el país está intentando deshacerse.

En la eurozona, muchos creen que la crisis financiera proviene, en última instancia, de los holgazanes griegos y españoles, que vivieron de los muy esforzados alemanes y holandeses, mientras ellos se la pasaban tomando café y jugando a las cartas. A menos que esa gente se ponga a trabajar en serio, se dice, los problemas de la zona del euro no tendrán solución.

El problema con ese relato moral es que, bueno, es sólo un relato.

En primer lugar, es importante reiterar que los déficits fiscales de los países europeos obedecen, en gran medida, a la caída de los ingresos fiscales que siguió a la recesión de origen financiero y no a la suba del gasto social. Destripar el estado de bienestar no va a remediar la causa subyacente de los déficits.

Más aún: en términos generales, los más pobres suele ser los que más trabajan. Normalmente tienen empleos de más horas y condiciones laborales más difíciles. Salvo por una pequeña minoría, son pobres pese al estado de bienestar, no a causa del mismo.

Según la OCDE, los griegos, ese famoso país de haraganes, trabajaron un promedio de 2.032 horas en 2011, muy poco menos que los surcoreanos, presuntos adictos al trabajo (2.090 horas). Ese mismo año, los alemanes trabajaron sólo 1.413 horas (70% que los griegos), mientras que Holanda fue oficialmente la nación “más holgazana” del mundo, con apenas 1.379 horas de trabajo por año. Estas cifras nos dicen que, sea lo que sea que Grecia tenga de malo, no es la haraganería de su gente.

Ahora bien, si el relato de la holgazanería tiene cimientos tan endebles, ¿por qué lo cree el común de la gente? Porque en los últimos treinta años de dominio de la ideología libremercadista, muchos de nosotros terminamos creyendo en el mito del individuo plenamente a cargo de su destino.

Hoy por hoy, resulta políticamente difícil criticar al pobre por su incompetencia, entonces se habla de su vagancia, que es indefendible. Pero el resultado final es el desmantelamiento de un conjunto de políticas e instituciones que ayudan a todos los pobres con el argumento de que así se castiga a los holgazanes.

La belleza de esta visión del mundo –para quienes se benefician desproporcionadamente con el sistema actual– es que, al reducir todo a los individuos, se desvía la atención de la gente de las causas estructurales de la pobreza y la desigualdad.

Con desventajas que se arrastran desde la infancia, a los pobres les resulta difícil ganar la carrera aun en el mercado más justo. Los mercados suelen ser manipulados a favor de los ricos, como hemos visto en la seguidilla de escándalos en torno a la venta de productos financieros fraudulentos y la estafa con la tasa Libor.

Al transformar el debate en un relato moral sobre la haraganería, los ricos y poderosos pueden desviar la atención de la gente de todos esos problemas estructurales que generan más pobreza y desigualdad que la necesaria.

Todo esto no quiere decir que los talentos y esfuerzos individuales no deban ser recompensados. Los intentos por eliminarlos por completo pueden crear sociedades presumiblemente equitativas pero fundamentalmente injustas, como en los ex países socialistas.

Sin embargo, es imprescindible reconocer que la pobreza y la desigualdad también tienen orígenes estructurales e iniciar un debate real sobre cómo cambiar estas cosas. Librarse del debate del mito pernicioso e infundado de los vagos es un primer paso muy importante en esa dirección.


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