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Las golosinas y el éxito financiero.

Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación.
Columna aparecida en la nota Proponen incorporar la educación financiera a la currícula de la primaria.

Diversos estudios económicos demuestran que la persistencia de la riqueza al paso de las generaciones puede deberse en gran parte a la capacidad para compartir hábitos de ahorro originados en comportamientos aprendidos o herencia genética.

Siguiendo esta línea, la Universidad de Stanford en EE.UU. llevó a cabo un estudio en niños de 4 años conocido como “El experimento de la golosina”, que consistía en analizar el comportamiento de los niños frente a la posibilidad de saciar ahora mismo su deseo o posponerlo para lograr una mayor gratificación más adelante.

Se ubicó a los pequeños alrededor de una mesa en cuyo centro había un plato de golosinas, y se les dijo que ninguno de ellos podía comer caramelos hasta tanto llegara un mayor, con la promesa de que luego podrían tomar los que quisieran. Gratificación retardada lo denominaron los especialistas.

El posterior seguimiento de los participantes del experimento en su adolescencia y adultez demostró que aquellos que habían podido resistir la tentación de tomar las golosinas en el momento para luego disfrutar de más de ellas tuvieron un desempeño profesional y financiero superior a aquellos que no lo hicieron.

De lo expuesto se desprende que una temprana estimulación de aspectos que tengan que ver con el ahorro y demás cuestiones financieras podría llegar a tener resultados sorprendentes en los niños, habida cuenta de que todo lo relacionado con temas de dinero no suele enseñarse en la actualidad en ningún ámbito educativo tradicional, ni en colegios ni universidades.

A mi juicio, la clave para que este tipo de acciones tenga éxito se encuentra en potenciar las virtudes de los pequeños y motivarlos a planificar sus gastos, enseñarles cómo se elabora el presupuesto en la economía doméstica, los ingresos y los egresos, y más que nada la importancia del ahorro, de manera tal que el niño pueda ir consolidando la idea de que toda decisión significa un esfuerzo (prescindir de un gasto o un deseo), pero que esa decisión tiene sus frutos en el futuro (más consolidado desde el punto de vista personal).

El concepto económico de “costo de oportunidad” es muy importante para ello: la idea de que todo tiene sus costos, cuantificables o no, y que la mejor decisión de vida es el ahorro para lo que se viene. El beneficio de este tipo de enseñanzas en una edad temprana es doble y muy importante: estaremos criando hijos menos consumistas, más conscientes del valor de las cosas y menos vulnerables a campañas de marketing cada vez más agresivas y dañinas. Al mismo tiempo los preparamos mejor para el complejo y contradictorio mundo en el cual les tocará vivir.


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