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El gallinero de Wall Street.

Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación.

El pasado 2 de enero se estrenó en la Argentina la película El lobo de Wall Street ,protagonizada por Leonardo DiCaprio (reciente ganador en los Globo de Oro) y dirigida magistralmente por Martin Scorsese. El film está basado en el libro de Jordan Belfort,convertido en best seller en 2010 y traducido a varios idiomas, donde el autor cuenta la trama que lo llevó a convertirse en un millonario agente bursátil luego de haber comenzado como un simple vendedor telefónico en una financiera del montón, para terminar en prisión luego de varios años de excesos y estafas.

En el comienzo de los 177 minutos de extensión de esta película aclamada por la crítica internacional Scorsese nos muestra a un tímido veinteañero, Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio, que consigue un trabajo en una sociedad de bolsa y tiene como mentor a un tal Mark Hanna (interpretado brillantemente por Matthew McConaughey).

En sus primeras charlas, éste le dice que nadie sabe a ciencia cierta si las acciones que cotizan en la bolsa van a subir o bajar y que todo es un “fugazi”, algo falso y que nadie puede predecir. Jordan comienza así su carrera bursátil que es interrumpida al poco tiempo por el “Lunes negro” de 1987, que representó una caída histórica del mercado de acciones americano y global, y que provocó la quiebra de un importante número de sociedades de bolsa.

Ese acontecimiento lo coloca nuevamente en la calle, y en la búsqueda laboral para reinsertarse da con una empresa bastante improvisada y poco calificada en donde se negocian “penny stocks” (acciones de a centavos), que son acciones de empresas pequeñas americanas que cotizan en un mercado no regulado y altamente especulativo a precios inferiores a los 5 dólares (muchas valen decimas de centavos y de ahí su nombre).

Jordan no puede creer en su suerte cuando se entera que la comisión que ganan los asesores financieros por cada operación que concretan sus clientes es del 50% en vez del 1% que se obtiene por operar “blue chips” (acciones americanas de empresas grandes y reconocidas que cotizan en mercados regulados), y vuelca todos sus encantos de vendedor experto concretando operaciones telefónicas con ilustres desconocidos de medianos y bajos ingresos que buscan ganar mucho dinero en poco tiempo y sin esfuerzo.

Dado que no existe una regla general de admisión, las penny stocks pueden ser desde empresas insignificantes hasta empresas grandes (generalmente no americanas) que no pueden o no quieren cumplir con los requerimientos necesarios para cotizar en otros mercados, aunque en la práctica la mayoría de los emisores de penny sotcks son empresas pequeñas con una historia operativa limitada o en situaciones financieras precarias. De tal manera, variaciones de precios diarias de entre 20% y 500% son algo común en este mercado, en función de las expectativas, los bruscos cambios de percepción de sus participantes y, en algunas ocasiones, la falta de liquidez.

Con el paso del tiempo, Jordan forma su equipo de vendedores a los cuales les escribe un guión de como concretar la venta de las penny prometiendo rentabilidades y ganancias imposibles de alcanzar, y funda su propia empresa que se abre paso en Wall Street aprovechando entre otras cosas el mercado alcista de los año 90 y la burbuja del NASDAQ.

Cuando la empresa gana cierto prestigio, Jordan encuentra otra fuente que potencia sus ganancias a límites insospechados (como dice al comienzo del film, el año que cumplió 26 ganó 49 millones de dólares) engañando a las agencias reguladoras con una operación de IPOs (Initial Public Offering u Oferta Inicial de Acciones), que no está muy bien explicada en la película pero sí en el libro que da origen a la misma, y que básicamente consiste en actuar como “agente colocador” de empresas que buscan salir a cotizar en la Bolsa por primera vez y quedarse con porcentajes de más del 50% de las nuevas acciones en cuentas propias o de testaferros, haciendo subir el precio de las mismas por escasez de oferta para venderlas luego a precios que multiplican varias veces el pagado, algo que está expresamente prohibido por la SEC (Security and Exchange Comission, que es la Comisión Nacional de Valores de los EE.UU.).

EL LOBO EN EL GALLINERO

Las críticas más fuertes y frecuentes que recibió la película tienen que ver con un Jordan Belford convertido en un excéntrico y divertido millonario que “lava” sus culpas luego de delatar a todos su secuaces y pasar dos años en prisión. La argumentación más escuchada no tiene que ver con la maniobra fraudulenta con las IPOs, sino más bien con Jordan, que hace la primera parte de su fortuna engañando a plomeros, taxistas y demás “laburantes” al venderles penny stocks que muchas veces eran compradas con el dinero que los mismos tenía disponible para hacer frente a las hipotecas o demás deudas que luego no podían pagar.

Pienso que aquí hay que ser un poco más cuidadoso y no caer en la bajada de línea fácil de culpar al lobo que dejan suelto en el gallinero. Porque para que el depredador haga de las suyas de manera tan fácil, debe existir un gallinero que por inocencia o codicia (en este caso) deja que éste opere.

Como vengo sosteniendo desde hace tiempo, el sistema financiero armado dentro del régimen capitalista se encuentra estructurado de manera tal de que exista un conflicto de intereses entre el cliente y el ejecutivo de cuenta.

Cuando un inversor concurre con sus ahorros a una sociedad de bolsa (o bien se comunica telefónicamente, como en la película) es recibido por un ejecutivo de cuenta. Un encuentro en donde se va a definir la institución que va a “cuidar” los ahorros de toda la vida de una persona no es lo mismo que un encuentro en el que se realiza una transacción comercial común y silvestre, por lo tanto, el ejecutivo de cuenta buscará ganar la confianza del cliente y mostrarse lo más transparente posible para que éste le confíe su capital.

Las normas del banco/broker hacen que la ganancia de la sociedad de bolsa se genere en las comisiones por cada operación de compra o venta que su cliente concreta, independientemente del resultado de la misma.

Ahora bien, el inversor igualmente buscará convencerse de que este ejecutivo de cuenta quiere que sus ahorros crezcan, y que al trabajar de esto sabe mucho más de la bolsa que él mismo y, por lo tanto, la mejor opción es preguntarle a él dónde invertir y el momento oportuno para hacerlo.

Confiando en la buena fe del ejecutivo de cuenta, éste querrá que el patrimonio del cliente crezca, aunque quizá no con la misma intensidad que él. De hecho, puede incluso desear con más fuerza que el inversor realice operaciones de compra venta con la mayor frecuencia posible (para que el banco/agente de bolsa para el cual trabaja cobre más comisiones y genere mayor ganancia).

El inversor, en este escenario, se encuentra entonces asesorado por una persona que no tiene los mismo intereses que él y que, en algunos casos, hasta pueden ser opuestos.

Sumado a esto, muchos inversores se dejan tentar por el “canto de las sirenas” que significa ganar mucho dinero en poco tiempo y sin esfuerzo, situación a la cual el Lobo de Wall Street le saca el máximo provecho personal.

CONCLUSIÓN

Jordan Belford, Bernard Madoff y varios otros representan un “árbol caído” fácil de seguir golpeando.

Sin embargo, pienso que la película aquí analizada también representa una oportunidad para hacer un “mea culpa” y repensar el rol del inversor al suceder este tipo de estafas: así como una discusión necesita dos personas para generarse, estas maniobras necesitan del lobo ambicioso e inescrupuloso casi tanto como de la gallina codiciosa y desinformada.

En todo caso, la responsabilidad más importante debería recaer en los organismos de control que sistemáticamente han fallado a la hora de proteger los intereses de los inversores minoritarios.

La lección de todo esto podría ser que cuando una inversión es demasiado buena para ser cierta, lo más probable es que se trate de una estafa en donde el riesgo principal recaerá siempre sobre las espaldas de aquel que quiere ganar dinero rápido y no sobre la persona que le acerca tan “amablemente” el negocio.

El axioma riesgo-rentabilidad (a mayor rentabilidad esperada, mayor riesgo y viceversa) es algo que demostró ser inquebrantable en las inversiones a lo largo de la historia, y tener esto en cuenta será mucho más saludable para nuestras finanzas personales que culpar a terceros dispuestos a aprovecharse de la naturaleza humana y las fallas de mercado.


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