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El falso mito del millonario seductor.

Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación.

La ficción de que las mujeres ponen en el tope de sus preferencias el estatus económico a la hora de elegir pareja mientras que los hombres priorizan el atractivo físico no se comprueba empíricamente al momento de analizar diversos estudios sobre el tema.

Los psicólogos David Buss de la (Universidad de Michigan) y Michael Barnes (Yale) realizaron un estudio llamado “Preferencias humanas en la elección del cónyuge” (Preferences in Human Mate Selection) en el que se le pidió a los encuestados que destacaran los rasgos más valorados en una pareja potencial. Contrariamente a lo que muchos piensan, los rasgos más valorados fueron “la amabilidad y la comprensión”. Las mujeres ponderaron un poco más que los hombres la “capacidad económica”, pero este ítem fue uno de los rasgos secundarios a la hora de priorizar condiciones.
Por su parte, la socióloga Elizabeth McClintock, de la Universidad de Notre Dame, realizó un estudio llamado “Belleza y Estatus” (Beauty and Status) publicado por la revista American Sociological Review, en el que analiza a más de 1500 parejas en distintas etapas de su relación, para determinar en qué grado se cumple el mito del intercambio de belleza por estatus.
Las conclusiones a las que arribó la socióloga están en línea con el resto de los estudios, al afirmar que “estos matrimonios por conveniencia apenas existen, y cuando tratan de formarse duran unos pocos meses”. El research también proclama que “apenas se produce mezcla de estratos sociales”, y que “si existe una asimilación de virtudes, las personas exitosas, ya sea a nivel económico, profesional o atractivo, suelen estar con parejas que también cumplen con estas condiciones”.
En la misma línea, la doctora Gabriela Gómez Rojas publicó en la revista científica de la UCES un trabajo llamado “¿Cómo se construyen las parejas? Entre las diversas formas del amor y los límites de lo social”, en el que comprueba que las personas suelen moverse en ámbitos en donde se encuentran con otras de la misma clase social, con la cual, el dinero deja de ser un factor diferencial a la hora de elegir pareja.
En el mismo estudio, la investigadora afirma que, según los datos recolectados, en el 52.9% de los hogares encuestados las parejas son de la misma clase. Lo sorprendente es que en el 27.80% de los hogares, la clase social de la mujer supera a la del hombre, mientras que en apenas el 18.90% se da de la manera inversa y el hombre proviene de una clase social más alta que la de la mujer.
Como se ve, estigmatizar a la mujer como una “caza recompensas” y al hombre como una víctima que accede a un simple intercambio material es un mito demasiado simplista a la luz de los resultados expuestos, y tiene que ver quizá con un tema de género que luego no se comprueba en la cotidianidad.
A su vez, esta idea de la mujer como objeto de consumo, además de ser machista y retrógrado, crea la fantasía de que poseer dinero suficiente nos asegura tener a la mujer que queramos, relegando un acto humano y social como la seducción a una operación de consumo, creando la falsa noción de que el dinero es más importante que la personalidad y el ingenio a la hora de vincularnos con el sexo opuesto.


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