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Europa, Argentina y el terror al cambio.

A continuacion la nota que me publicó hace algunos días el prestigioso blog español Euribor acerca de la crisis Europea y las similitudes con la Argentina del 2001.

Las crisis financieras suelen generar reacciones de todo tipo, la mayoría puramente emocionales. El miedo a perder ingresos, ahorros, status y posición social desembocan en nerviosismo, ansiedad, depresión y pesimismo con respecto al futuro inmediato. Y la sumatoria agregada a nivel social de cada una de estas emociones individuales puede fácilmente desembocar en estallidos y revueltas populares de resultados catastróficos, como la ocurrida en la Argentina en 2001.

Pero los líderes Europeos con poder de mando parecen no otorgarle probabilidad de ocurrencia al escenario planteado y, de manera cada vez más peligrosa, continúan empujando a la Eurozona directamente hacia el abismo.

La designación de Lucas Papademos en Grecia y de Mario Monti en Italia no hacen más que abonar la tesis que vengo sosteniendo en mi notas anteriores acerca de la guerra establecida entre la banca y el pueblo, al continuar cediendo espacio Angela Merkel y Nicolas Sarkozy  ante del poder de lobby de los intereses financieros.

La designación de un banquero para solucionar el problema de Grecia es como querer apagar un incendio con gasolina, al igual  que el poner al frente de Italia a un economista conservador de derecha.

Creer que lo que se necesita ahora es una dosis de conservadurismo es un grave error de diagnostico, ya que justamente lo que hace falta es lo contrario: nuevas ideas, audacia, nuevos caminos, nuevos paradigmas.

La experiencia Argentina

Antes de hablar de lo ocurrido en nuestro país y las increíbles similitudes con la situación Griega voy a expresar mi falta de intención política con respecto a esta nota. Tampoco me parece importante profundizar en estadísticas y detalles que solamente serian como el árbol que tapa el bosque.

Simplemente voy a narrar una simplificación teñida seguramente de mi percepción personal y la forma en la cuál he vivido los acontecimientos que en nuestro país se sucedieron, con el objetivo de rescatar enseñanzas y aprendizajes que sumen valor a la situación de incertidumbre que invade el continente europeo en estos momentos, salvando las obvias distancias de estar comparando la suerte de un país subdesarrollado con el de un bloque en donde conviven algunas de las mayores potencias económicas del planeta.

Durante gran parte de los ’90, Argentina vivió un periodo de crecimiento económico y estabilidad sustentado en gran parte en políticas neoliberales que la llevaron a convertirse en el alumno aplicado del FMI.

Privatizaciones de empresas públicas, apertura de la economía, flexibilidad laboral y apreciación de la moneda se convirtieron en los pilares de un modelo que parecía traer calma y previsibilidad, además de una suma importante de inversiones extranjeras.

Esto ocurría en la superficie, pero en las profundidades la industria nacional era aniquilada, el desempleo naturalmente crecía a pasos agigantados y el Estado cedía su protagonismo a banqueros y ministros de economía, quienes guiados por la codicia y las ansias de poder ignoraban el mensaje de descontento que emanaba de los ciudadanos.

Al asumir Fernando De la Rua, ya a fines de aquella década, se empecina en atar su suerte a la del modelo sin importar las consecuencias. El nombramiento de Domingo Cavallo como ministro de Economía me recuerda las nuevas designaciones en Grecia e Italia por la alta dosis de incongruencia..

Las consecuencias son conocidas por todos: el pueblo (ahora bien podrían ser llamados los indignados) se reveló en las calles harto ya del temor y conservadurismo de sus representantes: primero, decenas de muertes, vacío de poder, default de la deuda. Luego, el tan esperado cambio.

En que consistió ese cambio que produjo una década ya de crecimiento a tasas chinas y la caída del desempleo y la pobreza a niveles record?

A mi juicio, los resultados llegaron por el simple hecho de concentrar las medidas políticas y económicas en la recuperación del mercado interno, desoyendo las advertencias de la banca privada extranjera y de los organismos multilaterales como el FMI o el Banco Mundial, que desde ese entonces vienen presagiando una crisis terminal todos los fines de año, crisis que, por supuesto, nunca se materializan.

Los subsidios a los sectores que se encontraban en la base de la pirámide fueron otorgados de manera inmediata y permanente.

La salida de la convertibilidad abrió la posibilidad de retornar a la utilización de las políticas monetarias expansivas. El Estado recuperó de a poco el protagonismo y su rol de regulador, limitando las importaciones (protegiendo de esta manera la industria nacional)  y otorgándole poder a los gremios en la puja por la distribución del ingreso.

Finalmente, se relajaron los miedos inflacionarios, lo cuál aceleró por su parte el consumo a pesar de quitar previsibilidad a la economía.

Durante ese proceso de transformación el país se desendeudó con el FMI y triplicó sus reservas de dólares, favorecido por el “viento de cola” que significó la suba en los precios de los comodities.

Y, repito, el pilar para que todo esto suceda no fue ni más ni menos que el mercado interno.

Terror al cambio.

Recuerdo los comentarios de prestigiosos analistas y economistas meses antes de aquél Diciembre de 2001, cuando todo explotó en la Argentina: “abandonar la convertibilidad es como encerrarse y tirar la llave por la ventana. Si la Argentina toma ese camino -decian- lo que viene es el abismo.

Es hasta gracioso hoy en día  oír decir lo mismo a los analistas europeos consultados sobre el abandono del Euro como moneda común.

Los conservadores, temerosos como siempre, defenderán con uñas y dientes su “modelo” de empobrecimiento gradual de la población.

Pero, más temprano que tarde se llegará a una situación en la cuál el pueblo se manifestará sincronizada y espontáneamente en todas las capitales europeas.

Pero a desesperarse: siempre el momento más oscuro de la noche ocurre justo antes de amanecer.


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