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Tacaños extremos

Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación.

Todos tenemos algún conocido que realiza llamadas perdidas a nuestro celular para lo llamemos y no tener que gastar, que al momento de pagar la cuenta en el restaurante siempre está en el baño, que camina a la noche en su casa en penumbras para no gastar electricidad, que teniendo dinero ahorrado nunca se va de vacaciones, que pide compartir una gaseosa entre dos para ahorrar o que prefiere llegar tarde a reuniones importantes antes que pagar un taxi.

Los ejemplos citados pueden parecer demasiado fuertes pero se transforman en situaciones leves en comparación con los casos que ha documentado el programa Tacaños Extremos, que emite el canal de cable TLC (The Learning Chanel, propiedad de Discovery Comunications). En el mismo, se estudia en profundidad este tipo de trastorno monetario que suele causar rechazo e incomprensión en aquellos que tienen que lidiar día a día con este tipo de actitudes.

Seis episodios fueron suficientes para que la serie Tacaños Extremos, realizada en Estados Unidos, retratara a personas que, a pesar de haber crecido en una las mayores sociedades de consumo del mundo, eligen vivir una vida excesivamente austera, bordeando el límite entre el ahorro y la mezquindad. El documental ha tenido gran éxito en mostrar el accionar y pensamiento de personas cuyos hábitos pueden ser tan extremos como descargar el agua del inodoro una vez por semana o reciclar el hilo dental.

Estos son algunos de los casos de personas retratadas en la serie que aceptaron de manera voluntaria mostrar sus excéntricas formas de vivir pensando constantemente en cómo ahorrar dinero:

Abdul (Sioux Falls, Dakota del Sur):
Regateador nato. Cuenta orgulloso los mecanismos por los cuales logra negociar el precio más bajo en todo: comida rápida, nafta, servicios del hogar o las tortas para la fiesta de aniversario que organiza para su esposa.

Victoria (Columbus, Ohio):
Logró hacerse millonaria por esfuerzo propio y controla su presupuesto de manera obsesiva. En cámara y sin inmutarse, hace que su novio Steve se enoje con ella cuando le pide orinar en recipientes personalizados (que luego vacía en el jardín de su casa) para no tener que descargar el inodoro y aumentar con ello la factura de agua.

Kay (Nueva York):
Vivir en Manhattan significa tener acceso a algunos de los mejores restaurantes, pero Kay no lo aprovecha de la manera que muchos piensan, ya que encuentra la mayoría de sus comidas en la basura, y no tiene reparo en disfrazarse de pordiosera para ir en su busca, por más que podría permitirse una vida totalmente distinta dado su nivel de ingresos. También ahorra dinero lavando su ropa mientras se baña y apagando la válvula del gas.

Ben (Austin, Texas):
Es realmente ingenioso a la hora de ahorrar. Fabrica su propia crema dental, lava su ropa en la pileta de la cocina y se mantiene fresco en verano usando almidón de maíz ya que vive sin aire acondicionado en el calor ardiente de Texas.

Roy (Huntington, Vermont):
Recicla su hilo dental hasta que se rompe, fabrica sus propios productos de limpieza para el hogar y reutiliza el café molido varias veces. Sólo come helado si se trata de una muestra gratuita y cuando va al cine consigue golosinas gracias a los desperdicios que encuentra en la basura.

Diferencia entre el ahorro y la avaricia

El avaro puede verse a sí mismo con una persona que sabe ahorrar, por lo que es importante tener en cuenta la diferencia entre ahorro y avaricia.

Mientras que la persona que ahorra generalmente lo hace con un fin específico (cambiar el auto, irse de vacaciones, comprar una casa) el avaro no suele tener un objetivo que justifique las privaciones a las que se somete día a día, más allá de la “seguridad” que pareciera darle el acto de acumular.

De alguna manera, la avaricia es una deformación exagerada del instinto de economía, y en algunos casos se la define incluso como la enfermedad del ahorro.

El ahorrador sufre privaciones momentáneas para terminar luego satisfaciendo su deseo, sea cual fuere, mientras que el avaro nunca llega al punto de concretar sus fantasías materiales (en el caso de que las manifieste) porque eso significaría desprenderse, en menor o mayor medida, de lo acumulado.

“La avaricia es una deformación exagerada
del instinto de economía”.

Psicólogos, psiquiatras e incluso algunos economistas citan la teoría psicoanalítica de la fase anal, formulada por Sigmund Freud y afirman que las personas que de adultos se vuelven tacaños son, en muchos casos, aquellos que no logran superar dicha etapa, en la que deben aprender a controlar sus esfínteres.

La familia suele estimular al niño para que deje de usar pañales y muchas veces son retados de mala manera cuando siguen ensuciando la ropa o felicitados cuando no lo hacen, lo que incita a que el bebe perciba que algo de lo que produce es deseado por sus padres. Si el niño es obligado a estar horas sentado para que haga sus necesidades, si es castigado si no cumple o si es sometido a otras situaciones de tensión, el acto de “retener” aparece como una reacción frente a esa actitud autoritaria de sus progenitores.

Este comportamiento se prolonga hasta la adolescencia y la adultez dando lugar a estas actitudes que tanto rechazo generan en el entorno del avaro.

La mala noticia, más allá del origen, es que la avaricia es uno de los trastornos más difíciles de revertir, sobre todo en edades adultas o en la tercera edad (donde llega incluso a agravarse).

Con una estructura psicológica tan armada, necesitarían de una terapia prolongada y constante, pero tener que pagar la misma se transforma en el primer gran impedimento.


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