Emociones y dinero: nuevamente volvemos a poner énfasis en uno de los temas más interesantes y menos estudiados de la literatura moderna.
Es imposible calcular cuál es el nivel de envidia que hay en una sociedad, en este caso la nuestra, más que nada porque es de esperar que las encuestas realizadas sobre este ítem arrojen resultados poco fidedignos. Como bien decía Khalil Gibran (poeta Libanés): “El silencio del envidioso está lleno de ruidos”. El envidioso jamás reconocerá su envidia, y si alguien se reconoce como tal, es probable que lo sea sólo de manera leve.
Pero, para profundizar en la relación entre envidia y dinero, debemos primero definir qué entendemos por envidia y cuáles son sus consecuencias.
La envidia y su origen evolutivo.
“Siempre supe que si esperaba lo suficiente, vendría alguien y me envidiaría. Siempre me digo que debo tener paciencia, que tarde o temprano se pasará por aquí algún envidioso”.
Kurt Vonnegut
La envidia podría tener su origen ancestral en el hecho de que los recursos que se poseyeran fueran utilizados para obtener la mejor pareja o dominar al rebaño. En estos casos, era importante haber acumulado más recursos que los otros, de manera tal que la victoria no solo dependería de tener mucho, sino de tener más que la otra persona.
Según una definición de Wikipedia:
“La envidia es la emoción que ocurre cuando una persona carece de cualidades respecto de otra, logros o posesiones, o desea que la otra persona no posea esas cualidades. En la envidia pareciera ser que existe una comparación social que amenaza la autoestima de otra persona: alguien tiene algo que la persona envidiosa no posee”.
Básicamente, podríamos afirmar que la emoción de la envidia se divide en dos vertientes distintas que cumplen la condición de ser específicas del ser humano.
Primera vertiente: ”Quiero tener lo mismo que tiene aquél”.
En este caso, la envida es un sentimiento de frustración insoportable ante algún bien de otra persona, a la que por ello se desea dañar de manera consciente o inconsciente. El envidioso se convierte en un insatisfecho que, a menudo no sabe que lo es, y experimenta un alto grado de rencor hacia personas que poseen algo (dinero, éxito, poder, libertad, personalidad, sexo, etc.) que él también desea pero no puede conseguir. De esta forma, en vez de aceptar sus carencias o conectarse con sus deseos para materializarlos, el envidioso odia y le desea el mal a toda persona que, como un espejo, le recuerda su privación y limitaciones.
Segunda vertiente: “No quiero que aquél tenga más que yo.”
Pero no solo sienten envidia aquellos faltos de recursos o bienes materiales: la envidia es igual o más potente aún, entre personas que parecen tenerlo todo. Cuando esto sucede, la envidia se transforma en la rabia vengadora del impotente que, en vez de luchar por sus anhelos, prefiere eliminar la competencia.
Los animales luchan, matan y mueren por el acceso a distintos bienes, pero sólo bajo el influjo de la falta de alimentos o sexo. Por ejemplo: dos osos hambrientos pueden pelear por un pez recién capturado, pero es de suponer que cuando uno de los dos se sienta satisfecho no querrá seguir la pelea con su par con el único objetivo de que aquél no pueda saciar su hambre.
La envidia más destructora es aquella que experimenta aquél que aspira a que a nadie le vaya mejor que a él, y todo su esfuerzo se canaliza en querer perjudicar a ese otro (percibido como “mejor”) con la esperanza de poder reducirlo a su propio nivel y con eso “emparejarse”.
Dado que las necesidades fisiológicas humanas son ilimitadas, es común que incluso los más afortunados sientan que nunca tienen suficiente: ni suficiente fama, ni suficiente dinero, ni suficiente éxito, ni suficiente reconocimiento.
La envidia como motor del consumismo.
Eso de que el dinero no da la felicidad son voces que hacen correr los ricos para que no los envidien demasiado los pobres.
(Jacinto Benavente)
La envidia, según lo visto, puede ser también entendida como “aversión a la desigualdad”. Bajo esta premisa, los individuos están dispuestos a gastar recursos de todo tipo (pero, sobre todo, monetarios) con tal de reducir las diferencias de bienestar material respecto a otras personas.
Entre economistas es común afirmar que la felicidad es percibida a partir de compararnos con quienes nos rodean. De esta manera, distintos estudios han permitido descubrir evidencias sobre la toma de decisiones de personas guiadas, no solamente por su propio beneficio sino también por las ganancias materiales que puedan tener otros individuos de su núcleo social.
Las empresas conocen esto y lo capitalizan de manera inteligente para vender sus productos: el marketing gráfico y televisivo se basa cada vez más en mostrarnos individuos “envidiables” que tienen cosas que nosotros deberíamos desear (y por ende adquirir), transformando a la envida en el motor del aparato consumista. Daniel Bell, sociólogo contemporáneo y profesor emérito de la universidad de Harvard, afirma: “Si el consumo representa la competición psicológica por el status, entonces podemos decir que la sociedad burguesa es la institucionalización de la envidia”.
En la misma línea van las investigaciones de Nailya Ordabayeva, Profesora del Departamento de Marketing de la Rotterdam School of Management, quien asegura que una gran parte del consumo se debe a la envidia. La docente pudo comprobar que los que menos ingresos reciben mantienen un grado de insatisfacción muy alto que sólo logran superar comprándose bienes de lujo. Pero estas compras no son compras cualquiera, sino más bien se trata de una competencia con los vecinos. Es por eso que muchos vecinos intentan comprarse cosas aún más lujosas que las del vecino. Este ejemplo se da, sobre todo, en los la compra de automóviles.
Para poder llegar a estos resultados, la investigadora generó una situación hipotética donde los participantes discutían acerca de quién poseía el mejor jardín. Esto representa en muchas sociedades el status de sus dueños.
Los participantes terminaron confesando que sus gastos en materiales de jardín, plantas y flores cada vez más costosas se realizaban cuando los vecinos mostraban un jardín más bonito que el propio.
Conclusión.
“La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual”.
Miguel de Unamuno
Usted, que está leyendo esta nota ¿alguna vez ha sentido envidia? Yo, por mi parte, la he sentido muchas veces, como cualquier otro ser humano, y no hay que avergonzarse por ello: la grandeza está en tomar el nacimiento de esa emoción en nuestro interior como una oportunidad para mirar dentro y cuestionarnos qué estamos haciendo.
El deseo de igualar a aquellos que tienen algo que deseamos no es de por sí nocivo ni destructor, siempre y cuando estimule un mayor esfuerzo y creatividad al servicio de lo que queremos lograr, y no desemboque en críticas, ofensas, difamación, agresiones, rivalidad o venganza.
También es importante pensar, antes de tomar decisiones de gasto o consumo, si nacen de una necesidad o deseo genuino o son, por el contrario, motivadas por la envida que produce que otro tenga y yo no.
La envidia como una emoción saludable nos puede ayudar a convertirnos en mejores personas porque cuando nos sentimos inadecuados al compararnos con otros, es el momento de aceptarlo y transformar esa emoción negativa en algo saludable, buscando la superación personal, canalizando la energía en materializar objetivos en vez de atacar a aquél que está donde nosotros queremos llegar.
Esta nota fué escrita por Nicolás Litvinoff y publicada por el diario La Nación el Martes 27 de Noviembre de 2012.
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