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Cómo manejar la tarjeta de crédito en vacaciones.

Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación.
 

El comienzo de las vacaciones de verano siempre trae consigo la feliz perspectiva de un momento de disfrute y esparcimiento. Y aunque el plan es relajarse y no pensar en aspectos rutinarios, es importante tener en cuenta que en este período los incentivos para gastar con tarjeta de crédito aumentan y eso puede ser muy peligroso para las finanzas personales, especialmente para las de aquellos que no saben disciplinar sus consumos.

AUMENTO DE LOS INCENTIVOS PARA EL USO DEL PLÁSTICO

Todos conocemos los beneficios de usar la tarjeta de crédito durante el año:

1 No hace falta llevar demasiado efectivo encima, lo que minimiza el impacto en caso de sufrir un robo.
2 Se puede saber exactamente en qué se gastó el dinero con sólo mirar el extracto a fin de mes.
3 Si se paga la totalidad del resumen de cuenta no se afrontan intereses por el pago diferido.
4 Amplía la oferta, optimiza los tiempos y facilita la vida mediante el tipo de compra on line.
5 Brinda garantías que se pueden activar a través de un desconocimiento del gasto en caso de que el vendedor no cumpla con el plazo u otras condiciones de entrega o que el producto no presente los atributos esperados.

En vacaciones, algunas de estas ventajas ganan peso: la necesidad de ir “liviano” o despojado hace que el uso del plástico sea más tentador que el traslado de efectivo. Incluso, si nos vamos a otro país, pagar con tarjeta nos ofrece la posibilidad de comprar menos cantidad de moneda extranjera y acceder a un tipo de cambio casi 20% menor al de mercado.

Este incremento de incentivos no debería traer mayores inconvenientes a las personas moderadas que analizan costos y beneficios antes de cada desembolso y logran gastar lo mismo que si pagaran en efectivo, pero sabemos que el ser humano está lejos de comportarse de manera racional cuando se trata de dinero, lo que agrega una significativa dosis de riesgo al asunto.

DOLOR, DESACOPLE Y GASTOS CON TARJETA DE CRÉDITO

En el año 2001, Drazen Prelec y Duncan Simester, profesores de negocios de la universidad estadounidense MIT Sloan School of Management,realizaron una subasta de entradas para un partido de básquet de los Boston Celtics. Las entradas estaban agotadas y los investigadores querían saber cuánto estaban dispuestos a pagar los interesados. Ofrecieron a la mitad la oportunidad de pagar con tarjeta de crédito y pidieron a la otra mitad que lo hiciera en efectivo. Los resultados fueron elocuentes: el grupo que podía pagar con tarjeta de crédito ofertó casi el doble de dinero que el que debía pagar en efectivo estableciendo, con ello, la idea de que el consumidor se encuentra dispuesto a gastar mucho más de lo que puede o debe cuando no tiene que desprenderse inmediatamente de su efectivo.

En la misma línea, Drazen Prelec y otros profesores de la MIT Sloan School of Management llevaron a cabo una investigación llamada “Las neuronas predictivas de la compra” (Neural predictors of purchase), en la que utilizaron unos scanners cerebrales para analizar los cambios que se producían en las distintas regiones del cerebro de los participantes al momento de efectuar un consumo. El resultado mostró que cuando el precio era alto, la ínsula, que es la parte del cerebro asociada al dolor, trabajaba más. Cuanto mayor era su actividad y, con ello, el dolor que se podía experimentar con esa compra, menos dispuesto estaba el sujeto a concretarla. Por lo tanto, este dolor puede ser un buen consejero a la hora de decidir sobre un gasto.

Desde el punto de vista intuitivo, al pagar en efectivo podemos ver cómo la billetera se pone cada vez más “delgada”. La sensación de dolor que esto produce a nivel mental hace que deseemos gastar menos y nos volvamos más impermeables al deseo de gratificación pasajera.

Cuando pagamos con tarjeta de crédito, en cambio, se produce un “desacople” entre el momento del consumo y su posterior pago, y eso hace que el dolor sea menos intenso o que directamente desaparezca. Esto sucede porque al prorratear el pago no tenemos la sensación de que el dinero “se nos va de las manos” y más adelante, cuando finalmente paguemos el resumen de la tarjeta, estaremos desacoplando el dolor de gastar y el placer que obtuvimos al comprar lo que deseábamos.

EL AUTOCONTROL…CADA VEZ MÁS DIFÍCIL

En septiembre del año pasado, Apple sorprendió al mundo con el anuncio del lanzamiento de su plataforma de pagos Apple Pay, que transforma el celular en billetera electrónica y permite pagos con tarjeta de crédito sin usar el plástico.

Probablemente, dentro de muy poco ni siquiera hará falta tener la tarjeta de crédito encima. Comprar algo sin efectivo será tan fácil como pasar el celular por una lectora especialmente diseñada. La posibilidad de financiar las compras de esta manera complicará aún más la situación de aquellos que por lo general exceden sus capacidades de gasto, por lo que no está de más empezar desde ahora a analizar mejor nuestros hábitos de consumo sin efectivo.

Existen dos soluciones para gastar con responsabilidad y según las posibilidades reales de cada uno

1) Llevar la tarjeta, pero limitar su uso a casos estrictamente necesarios, y afrontar el “dolor” del pago en efectivo

2) Pagar todo lo que podamos por adelantado, que al fin y al cabo es la manera más inteligente de “desacoplar” el disfrute de lo adquirido y el dolor de su costo sin gastar de más (los investigadores mencionados anteriormente realizaron un estudio llamado “Anomalías en la opción intertemporal: Evidencia e interpretación”, en donde presentan un concepto llamado “contabilidad prospectiva”, que explica cómo algo que ya se ha pagado por adelantado se puede disfrutar casi como si fuese gratis).

Si resistimos a las tentaciones que aparezcan en el camino y logramos llevar a la práctica estas dos opciones, es probable que nuestra economía doméstica nos lo agradezca cuando volvamos de las vacaciones y nuestras finanzas personales, al igual que nuestra vida en general, retomen su ritmo normal.


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