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¿A quién quiere el mercado?

Especial de Nicolás Litvinoff para el diario La Nación

El lunes negro del 12 de agosto ya dejó su huella en la historia argentina. El motivo es harto conocido por todos, pero vale destacarlo: la notable suba del dólar y la caída más importante de las acciones en un solo día. Fue 48% en dólares. Nada menos.

Este triple movimiento telúrico de devaluación, aumento del Riesgo País y remarcación de precios producto de un estrés financiero, que solo necesitaba de una excusa para producirse, impactará en la economía productiva de un modo severo. Lo veremos en las próximas semanas.

Hoy vamos a analizar con un zoom las interpretaciones erróneas que muchos especialistas hicieron de la debacle. “El mercado no quiere a este candidato”, “el mercado quiere a otro”, “el mercado tiene miedo de un cambio de conducción” son algunas de esas lecturas que cuestionamos.

Expondremos nuestros argumentos para demostrar que el derrumbe del lunes no responde a “sentimientos” o “favoritismos” del mercado sino al horizonte de incertidumbre que asoma para el corto plazo.

Comencemos con algunas definiciones importantes:

Quiénes componen “el mercado”

La palabra viene del latín mercatus, que tiene sus orígenes en el verbo mercari (comprar) y en merx (mercancía). También se la vincula con Mercurio (dios del comercio) y comparte raíz con términos como mercadería o mercenario.

En economía se suele definir al mercado como “un recinto físico o virtual donde concurren oferentes y demandantes de un bien o servicio con el objetivo de interactuar entre sí”.

En la clasificación de los tipos de mercado es común en ciencias económicas plantear la posible existencia de un mercado de competencia perfecta, donde ningún agente en particular puede influir en el precio del bien o servicio y, tanto a los vendedores como a los compradores, se los denomina “precio-aceptantes” porque no pueden manipular los valores.

Claramente, esta descripción refleja una situación ideal antes que real. La probabilidad de que ocurra en la realidad es altamente improbable. Sin embargo, la teoría nos permite analizar la crítica situación local y observar que ocurre todo lo contrario a una competencia perfecta.

En la Argentina opera un oligopolio financiero conformado por un puñado de agentes (empresas e individuos) que, por su gran tamaño y fuerza, pueden influir de manera decisiva sobre los precios de los activos, destruyendo el sueño liberal de construir un mercado constituido por una suma de voluntades que actúan de manera transparente y sin comunicación entre sí para modificar valores a gusto y piacere.

Dicho esto, podemos arriesgar una definición alternativa de “mercado”: sería un grupo homogéneo conformado por bancos de inversión, fondos de cobertura y demás instituciones financieras de relevancia que, desde su país de origen y usando como catapulta su capital casi ilimitado, buscan influir en los países periféricos para su propio beneficio.

Entonces, ¿a quién quiere el mercado?

Empecemos por el final: el mercado no quiere a nadie. Esto es así porque el mercado no alberga emociones. Por consiguiente, tampoco odia a nadie.

Estamos hablando de un universo de puros intereses, donde lo único que importa es la rentabilidad esperada en función del riesgo asumido.

La tesis de que el mercado “quiere” a la actual conducción y “odia” a la anterior no se sostiene desde lo cuantitativo: si tomamos el rendimiento del Merval en cualquiera de los ciclos en los que gobernó el partido que ahora asoma como el de mayores chances de asumir el poder político y lo comparamos con el rendimiento del índice bursátil en los tres años y medio de Macri en la Casa Rosada, los resultados medidos en pesos son apabullantes: en el períodos 25/5/2003-10/12/2007 se registró un alza del 238%, mientras que entre 10/12/2007-10/12/2015 la suba fue del 493% (en 8 años), mientras que el gobierno de Cambiemos solo puede mostrar una mejora del 132% con una inflación mayor a la de los años anteriores.

Medido en dólares, el resultado es todavía más favorable a la anterior conducción debido a las devaluaciones de fines de 2015, de gran parte de 2018 y la actual.

Conclusión

El mercado no ama ni odia. Es cierto que en lo discursivo la mayoría de sus actores más importantes e influyentes vuelcan su ideología y hablan de sus preferencias, pero aquí, como en otros ámbitos, reina una distancia enorme entre lo que se dice y lo que se hace.

Lo único que mueve al mercado son las expectativas de obtener una rentabilidad que justifique el riesgo de la inversión (o la lectura sobre el posible riesgo de una inversión, para ser más precisos).

El ratio riesgo/rentabilidad se vuelve difícil de calcular en estos momentos de incertidumbre política, por lo que muchos prefieren salir del mercado a la espera de señales más claras, esas que deberían llegar promediando septiembre.

Los inversores que siguen los movimientos del mercado seguirán aguardando atentos el mejor momento para comprar. No les gusta jugar al héroe. Ven muy elevado al riesgo. De lo contrario, cómo explicar, por ejemplo, que un bono del Estado que vence el año próximo (Bonar 2020) pague un premio más de 30 veces superior al de un título similar emitido por el Tesoro estadounidense.

El río está muy revuelto. La paciencia es la mejor caña para salir a pescar.


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