El mercado es inherentemente incierto y, por ende, sujeto a cambios impredecibles; al establecer límites y proporciones adecuadas entre efectivo e inversiones, se pueden eludir los extremos que pueden derivar en pérdidas significativas
Especial de Nicolás Litvinoff para Diario La Nación
Al buscar películas o libros de inversiones, a menudo nos encontramos con historias épicas de aquellos que, persiguiendo el sueño de la riqueza rápida, tomaron riesgos extremos y salieron victoriosos. Libros y películas nos narran las hazañas de inversores audaces que vieron una oportunidad, se apalancaron y apostaron todo a una carta.
Sin embargo, la realidad es que estos casos de éxito son tan escasos como los daytraders que logran triunfar en el mercado, estadísticamente hablando, uno entre mil o incluso menos.
A nivel de los inversores minoristas, es muy común verlos optar por la estrategia del “todo o nada”. Este enfoque arriesgado se materializa cuando un inversionista, influenciado por la creencia de una inminente caída del mercado, decide vender todas sus acciones (o bitcoins) para resguardarse al 100% en efectivo. Lo mismo sucede a la inversa, cuando ante una racha de subas cree que la misma se perpetuará en el tiempo y decide invertir el 100% de sus ahorros en el mercado o incluso apalancarse (pedir prestado para invertir más).
Este comportamiento, bastante común entre los inversores novatos, a menudo se traduce en fracasos significativos en el mundo de las inversiones. Es una táctica que denota una cierta dosis de irresponsabilidad con respecto a los ahorros, ya que implica la búsqueda de “vencer al mercado” al vender todo para esperar una baja o sobreexponerse porque se cree en una continua subida, queriendo con ello ponerle el “piso” o el “techo” a las cotizaciones.
En la nota de hoy, exploraremos detalladamente por qué desaconsejo vehementemente este tipo de comportamiento y presentaremos una estrategia sólida para evitar caer en la trampa emocional que conlleva.
Ejemplo de decisiones radicales influenciadas por el miedo
Tomemos el caso de Mario como un ejemplo ilustrativo de los peligros asociados con la estrategia del “todo o nada”. Mario, inversor en activos de la bolsa de EE. UU., gestiona una cartera compuesta por acciones (60%), bonos (30%) y efectivo (10%). Sin embargo, ante la información sobre una posible recesión severa en ese país, decide tomar medidas drásticas por temor a sufrir pérdidas considerables.
La decisión de Mario de vender todas sus acciones y bonos para refugiarse al 100% en efectivo refleja claramente la estrategia del “todo o nada“. Si bien puede sentirse seguro en el corto plazo al evitar las posibles pérdidas durante una recesión, esta táctica carece de consideración a largo plazo y diversificación.
Supongamos que la recesión no se materializa o que, incluso en medio de la adversidad económica, ciertos sectores del mercado siguen creciendo. En este escenario, Mario se encuentra fuera de las oportunidades de crecimiento y rendimientos que podrían haberse mantenido en sus inversiones originales. Además, el efectivo en sí mismo puede generar rendimientos marginales, lo que podría traducirse en una pérdida de potenciales ganancias.
El enfoque del “todo o nada” constituye, una vez más, una suerte de juego con el timing del mercado. Al adoptar esta estrategia, se pasa por alto la evaluación del impacto que una decisión errónea podría tener a largo plazo en nuestras inversiones.
Ejemplo de decisiones radicales influenciadas por la codicia
Ahora exploremos un ejemplo opuesto, basado en la codicia desmedida, que ilustre los riesgos de tomar decisiones extremas por el deseo de ganancias extraordinarias.
Imaginemos a Marta, una inversora también activa en la bolsa de EE. UU., con una cartera inicialmente equilibrada que incluye acciones (60%), bonos (30%) y efectivo (10%). Sin embargo, en lugar de ser impulsada por el miedo a las pérdidas, Marta se deja llevar por la codicia y la ambición de obtener ganancias excepcionales.
Recientemente, Marta ha notado un fuerte rendimiento en ciertos sectores del mercado de acciones. Impulsada por la codicia y el deseo de maximizar sus ganancias, decide tomar medidas audaces. En lugar de seguir una estrategia equilibrada, Marta se apalanca y decide invertir más del 100% de su capital en acciones, asumiendo un riesgo significativamente mayor del que su cartera inicialmente diversificada implicaba.
Al ignorar la necesidad de diversificación y sobrepasar su capacidad financiera, Marta se expone a consecuencias potencialmente catastróficas.
Supongamos que, en un escenario desfavorable, los sectores en los que Marta invirtió comienzan a experimentar declives significativos. Dada su posición apalancada, las pérdidas pueden ser mucho más pronunciadas de lo que habrían sido con una estrategia más equilibrada. Además, si el mercado toma un giro inesperado, Marta podría encontrarse en una situación financiera comprometida al invertir más de lo que realmente puede permitirse perder.
Estrategia no emocional: “jugar” con los porcentajes
Abordemos ahora estrategias prácticas basadas en porcentajes con el objetivo de evitar impulsos emocionales y mantener la disciplina durante momentos de incertidumbre en el mercado. Estas alternativas buscan proporcionar un enfoque más equilibrado y fundamentado en la gestión de riesgos.
En un escenario donde se anticipa un mercado bajista, es crucial limitar la exposición al riesgo. Una estrategia prudente podría ser invertir un máximo del 40% de la cartera (por ejemplo 20% en acciones y 20% en bonos), manteniendo el 60% restante en efectivo. Esta asignación permite preservar capital y ofrece flexibilidad para aprovechar oportunidades emergentes durante la recesión.
Por otro lado, en un mercado alcista previsto, asignar un 80% de la cartera a inversiones (por ejemplo 50% en acciones y 30% en bonos) y mantener un 20% en efectivo permite capitalizar las oportunidades de crecimiento mientras se mantiene una precaución adecuada. Esta estrategia asegura participación en el mercado sin asumir riesgos extremos y, al mismo tiempo, ofrece un margen de seguridad en efectivo para gestionar posibles correcciones.
Estas estrategias basadas en porcentajes establecidos permiten a los inversores mantener un equilibrio entre participación en el mercado y gestión de riesgos, evitando impulsos emocionales que podrían derivar en decisiones apresuradas.
La clave radica en la regular revisión y ajuste de la estrategia según la evolución del mercado y los objetivos personales. Este enfoque dinámico garantiza la relevancia y efectividad a lo largo del tiempo, adaptándose a las condiciones cambiantes del mercado y las metas individuales de inversión.
Conclusión
Como hemos argumentado, la creencia errónea de poder predecir y controlar de manera perfecta el mercado conduce a decisiones impulsivas y arriesgadas que pueden tener repercusiones significativas en el rendimiento financiero. Es crucial reconocer que el mercado es inherentemente incierto y, por ende, sujeto a cambios impredecibles. La ilusión de tener un control absoluto puede inducir a los inversores a tomar decisiones impulsivas, creando un ciclo de comportamiento emocionalmente cargado. Este ciclo, alimentado por la alternancia entre la codicia y el miedo, puede resultar en una montaña rusa de decisiones financieras que a menudo conducen a resultados no deseados.
La clave para evitar este ciclo emocional destructivo radica en la adopción de estrategias fundamentadas en porcentajes, como las mencionadas anteriormente, que permiten gestionar los impulsos emocionales y mantener una disciplina sólida. Al establecer límites y proporciones adecuadas entre efectivo e inversiones, los inversores pueden participar en el mercado de manera más equilibrada, evitando los extremos que pueden derivar en pérdidas significativas.
La inversión exitosa requiere no solo conocimiento financiero, sino también la habilidad de gestionar las emociones que pueden influir en nuestras decisiones financieras.
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