Hetty Green fue alguna vez la mujer más rica del mundo, inclusive fue una de las primeras mujeres de negocios que consiguió influencia en Wall Street, sin embargo tenia otra realidad totalmente compulsiva, también era la mujer más avara del mundo, tan asi era que a pesar de tener un gran caudal Vestía y vivía casi como una pordiosera. Cabe destacar que fue proclamada incluso por el libro Guiness de los récords como la mayor tacaña del mundo.
Desde niña, Hetty Green aprendió los rudimentos de los negocios de su padre, quien poseía una gran fortuna que Hetty heredó cuando tenía 30 años. Invirtió ese dinero y al momento de su muerte poseía cerca de 100 millones de dólares (de los de aquél tiempo). Era tan hábil en el manejo del mundo financiero que se ganó el mote de “La Bruja de Wall Street”, se estima que logró amasar una fortuna cercana a los 200 millones de dólares de la época, lo que le convirtió en la mujer más rica del planeta.
Se casó a los 33 años con un millonario llamado Edward Green, pero le hizo firmar un documento mediante el cual él no podría reclamar el dinero de ella. Cuando Green quedó arruinado en una racha de negocios desafortunados, Hetty se divorció de él y crió a sus dos hijos en condiciones increíbles. Vivía en pequeñas habitaciones de míseros hoteles para no tener que pagar impuestos sobre sus propiedades. Usaba el mismo vestido siempre, y para ahorrar en jabón, sólo lavaba la parte inferior, aquella que se ponía en contacto con el suelo: Solo cambiaba su vestido por otro similar solamente cuando el suyo estaba literalmente destrozado. En una ocasión, su hijo Ned sufrió una herida en la rodilla y lo llevó a una clínica de caridad. Para desgracia de Ned, el médico reconoció a Hetty y exigió que la mujer pagara la consulta. Hetty se negó a hacerlo y atendió personalmente al niño, pues solicitaba un doctor que no cobrara por sus servicios. Dos años después, la pierna tuvo que ser amputada. Y es que su relación con la medicina siempre fue complicada, como demuestra el hecho de que ella misma llegó a negarse una vez a pagar a un boticario un cargo de diez centavos por el frasco que alojaba la medicina que necesitaba. De hecho, fue a casa a por una botella propia para lograr que se lo descontaran finalmente del fármaco.
Otros datos del anecdotario señalan que comía unos pasteles que valían quince centavos y se cuenta que pasó una noche en vela revolviendo su casa en busca de un sello de dos centavos que había perdido.
Tampoco quería pagar la renta de una oficina, así que solía atender a sus contactos de negocios en el banco donde tenía guardado su dinero, amenazando a los banqueros con retirar sus cuentas si no le permitían despachar ahí. Se calentaba un plato de avena en el calentador de lugar o comía un sándwich de jamón que llevaba en alguno de los múltiples bolsillos de su vestido.
Cuando tenía 81 años, Hetty sufrió una apoplejía cuando discutía por el precio de la leche y su hijo, Ned, contrató enfermeras que vestían con ropas comunes y corrientes para que su madre no se diera cuenta que eran enfermeras, pues se hubiera opuesto terminantemente a que se gastara en tales cosas.
Tras la muerte de Hetty Green, Ned heredó buena parte de la fortuna de su madre y se convirtió en un millonario extravagante y despilfarrador que gastaba dinero a puños en fiestas, joyería, yates y diamantes.
Eso sí, Hetty Green fue avara, pero coherente: ella misma también sufrió por su tacañería, hasta el punto de que la acabó postrando en una silla de ruedas ya que padecía una hernia terrible de la que se negó a ser operada… debido a que costaba 150 dólares la intervención. Sencillamente, terrorífico.
Fuentes de la nota: Taringa! y Wikipedia.