“Cuando veo un brillo en los ojos de los demás, estoy realmente feliz”
Quién es el autor de esta frase? El Dalai Lama? Sai Baba? No necesariamente.
Las palabras fueron pronunciadas por Karl Rabeder, un austriaco que se desilusionó con el estilo de vida millonario y vendió su compañía, varias propiedades y ahora está rifando su mansión en los Alpes Suizos con la finalidad de reunir capital para un banco de microfinanzas para los pobres en América, África y Asia.
Esta interesante historia comenzó en 2004, cuando el (ahora) ex acaudalado Karl decidió dejar su exitoso negocio de muebles para participar en actividades filantrópicas, como la financiación de los orfanatos y las organizaciones de microcrédito en Bolivia, El Salvador y Nicaragua.
Anterior a ese punto de inflexión, el protagonista de esta historia real era un millonario austríaco con una sola afición: hacer millones.
Había estudiado matemática y física en la universidad pero el éxito económico lo había obtenido inventando chucherías (léase, botellas con velas dentro o flores artificiales) que vendía en su propia empresa, con 400 empleados. Pero, un día, el hombre de origen humilde se fue de vacaciones a Hawai (helicóptero y hotel cinco estrellas incluidos) y no disfrutó el lujo: sintió un gran vacío.
Pasó el tiempo, llegaron más millones pero el vacío seguía.
En las siguientes vacaciones Karl Rabeder experimentó un sentimiento de culpa mientras se desplazaba por América del Sur y África:
“El mayor shock de mi vida ocurrió cuando me di cuenta de lo horrible, mecánica y sin emoción que era mi estilo de vida de cinco estrellas…En esas tres semanas habíamos gastado todo el dinero que es posible gastar. Pero en todo ese tiempo, tuvimos la sensación de que no habíamos conocido a una sola persona real, de que todos éramos solamente actores. El personal hizo el papel de ser amigable y los invitados jugaron el papel de ser importantes, pero nadie era auténtico”.
Entonces, al mejor estilo San Francisco de Asís (pero sin los hábitos), Karl vendió su negocio, limusinas, autos deportivos, un avión privado y preparó un sorteo para que, por 120 dólares, cualquiera pudiera ganar su mansión alpina. El total de fortuna al momento de desprenderse de la misma ascendía a 3.500 millones de Euros, y todo lo que tenía fue donado a MyMicroCredit.org, una caridad de ayuda al Tercer Mundo que él mismo creó pero de la que se rehusó a recibir un salario. De repente, Rabeder era pobre. Y se sentía bárbaro.
“Vengo de una familia muy pobre donde la regla era trabajar más para lograr más cosas materiales, y apliqué esto por muchos años”. Prosiguió Karl en una entrevista reciente. “Durante mucho tiempo creí que más riqueza y más lujo significaba automáticamente felicidad. Pero cada vez más oía una voz interna que me decía: Deja de hacer lo que estás haciendo ahora – todo ese lujo y consumismo – y empieza tu vida real…Tuve la sensación de que estaba trabajando como un esclavo por cosas que yo no quería o necesitaba”.
Karl Rabeder actualmente vive en un apartamento alquilado en Innsbruck (una ciudad del oeste de Austria) con poco más de 1.140 Euros mensuales, fruto de las charlas que da a empresarios acerca de su nuevo y austero estilo de vida.
Consultado por los medios, Rabeder hoy dice que aún está feliz con su decisión. Ahora es un “mileurista” (así se les dice en Europa a las personas con unos ingresos que no suelen superar los 1.000 euros al mes) que vive en una casita modesta y se gana el sueldo dando clases y seminarios como “coach de vida”, donde imparte la lección que aprendió a los cómodos ponchazos.
“No rechacé mis bienes por un motivo religioso, aunque sí podría decir que fue una elección espiritual”, explica el altruista bonachón. Y propone un ejercicio a un incrédulo periodista del Austrian Times: “Si uno hace una lista con las cosas que verdaderamente lo ponen contento y ve cuánto cuestan, entenderá realmente a lo que me refiero”.¿Qué incluye su inventario? “Amor, sol y aire fresco.”
“Tener sólo unos pocos billetes me hace feliz. Viendo fotos de mi pasado como millonario, me veía tan miserable…”
Mensaje personal al lector: Es necesario dejar de pensar –quien habrá sido el afortunado que ganó el sorteo de la mansión en los Alpes Suizos– para entender el mensaje de esta nota.
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