Especial de Nicolás Litvinoff para el Diario La Nación
En el fascinante mundo de las inversiones, donde las cifras bailan al ritmo de la incertidumbre, el componente emocional se erige como un protagonista indiscutible. Para aquellos que se aventuran en la bolsa o en el vertiginoso universo de los criptoactivos, las emociones tejen una trama intrincada que puede llevar a decisiones trascendentales. Es aquí, en la encrucijada entre el riesgo y la recompensa, donde se gesta un dilema que ha marcado la experiencia de muchos inversores novatos.
Con casi tres décadas inmerso en el devenir del mercado, he llegado a identificar un detonante emocional particular, una interpretación equivocada que, en ocasiones, desencadena una serie de elecciones funestas para el bolsillo del inversor. Hablamos de la sutil pero crucial diferencia entre perder y dejar de ganar.
En el contexto de las inversiones, esta confusión puede ser el punto de partida de una cadena de decisiones que, lamentablemente, rara vez culminan de manera favorable.
En la columna de hoy, nos sumergiremos en el análisis de este fenómeno, desentrañando los matices que lo componen y arrojando luz sobre cómo evitar caer en la trampa de esta malentendida dicotomía. El propósito es claro: proporcionar las herramientas necesarias para que, al enfrentarte al desafiante tablero de inversiones, no sucumbas a la confusión entre lo que significa perder y dejar de ganar.
Para ello, el primer concepto que tenemos que aprender es el costo de oportunidad en las inversiones.
Costo de Oportunidad en las inversiones
Si hablamos de economía, en términos contables el costo de oportunidad es el valor de la mejor alternativa que se sacrifica al tomar una decisión. En otras palabras, representa lo que dejamos de ganar al elegir una opción en lugar de otra. Este concepto refleja las oportunidades perdidas al tomar una determinada acción económica.
Ahora bien, en lo que respecta a las inversiones, el costo de oportunidad se erige para muchos como un juez silencioso que evalúa las elecciones financieras. Cuando decidimos destinar nuestros recursos a una inversión específica, inevitablemente dejamos de lado otras opciones prometedoras. Este costo se traduce en la renuncia a la ganancia potencial de la mejor opción no elegida. Es como contemplar un paisaje financiero vasto, donde cada ruta tomada implica la despedida de otra que, quizás, conduzca a un destino igualmente promisorio.
La razón por la cual sostengo que el costo de oportunidad no es un buen consejero a la hora de invertir es que los mercados financieros bursátiles presentan un escenario abrumador de variables, cada una con la promesa de oportunidades más lucrativas. Sin embargo, como navegantes en este vasto océano financiero, debemos aceptar una verdad inmutable: no todas las estrellas pueden ser alcanzadas.
Perder no es lo mismo que dejar de ganar: Ganancias comparativas
En este cosmos de opciones aparentemente infinitas, la clave radica en reconocer que la captura de todas las ganancias posibles es una quimera. Cada movimiento en la bolsa puede parecer una puerta a la riqueza, pero discernir entre la posibilidad real y la ilusión efímera se convierte en el timón que nos guía hacia decisiones más informadas y sostenibles.
Si un inversor compra acciones de la empresa X y experimenta un aumento del 10%, mientras que en el mismo período las acciones de la empresa Y suben un 30%, sería erróneo aplicar un costo de oportunidad del 20%. Esta perspectiva simplista podría llevar a una evaluación emocional melancólica, ya que, en realidad, el costo de oportunidad no se limita a la comparación entre dos opciones.
Aplicar el costo de oportunidad de manera exhaustiva se vuelve un desafío dado el vasto número de variables en el mercado de acciones. En este escenario, en lugar de caer en la melancolía de comparaciones individuales, un enfoque más coherente sería considerar un benchmark o punto de referencia, como los índices bursátiles, por ejemplo, el SPX 500. Utilizar un referente general proporciona un marco más sólido y realista para evaluar el desempeño de las inversiones, permitiendo una toma de decisiones más informada y menos influenciada por reacciones emocionales ante movimientos individuales del mercado.
Perder no es lo mismo que dejar de ganar: Toma de ganancias
La noción de perder no es equivalente a dejar de ganar y puede aplicarse también a la toma de ganancias, como cuando se vende una acción con beneficios. En muchas ocasiones, los inversores se encuentran en la situación en la que deciden asegurar sus ganancias, solo para sorprenderse más tarde al ver que la acción vendida continúa aumentando de precio o incluso acelera su ritmo de crecimiento.
La emoción inicial de alegría por haber obtenido ganancias suele verse opacada por la tristeza de observar cómo la acción sigue subiendo y por el cálculo mental del dinero que aparentemente “se pierde” al haber tomado la decisión de venta.
Es importante tener en cuenta que “Cuando tomás ganancias, nunca te equivocás”. Esta afirmación resalta la importancia de centrarse en el resultado tangible de las decisiones financieras, que es la mejora en la posición de riqueza.
La clave para evaluar si una decisión fue acertada se basa en cómo afecta tu riqueza. En el caso de la toma de ganancias, al vender una acción con beneficios, tu riqueza experimenta un aumentó. Aunque pueda ser desafiante observar cómo la acción continúa su ascenso después de la venta, el hecho es que fortaleciste tu posición financiera al asegurar ganancias.
Es esencial entender que el juicio sobre la corrección de una decisión no debe basarse en el rendimiento futuro de la acción vendida, sino en el impacto concreto en tus activos. Hubieras cometido un error si, en lugar de tomar ganancias, hubieras tenido que asumir una pérdida, ya que esto habría llevado a una disminución de tu riqueza.
Conclusión
La premisa “Perder no es lo mismo que dejar de ganar” se convierte en una filosofía que moldea la mentalidad del inversor, influyendo en la forma en que aborda las decisiones financieras. Esta distinción es clave para desarrollar una perspectiva saludable y resiliente en el ámbito de las inversiones.
La comprensión de que siempre habrá oportunidades perdidas libera al inversor de la trampa del “si hubiera”, un pensamiento retrospectivo que puede nublar la toma de decisiones y generar arrepentimientos. La diferencia entre perder y dejar de ganar impulsa a adoptar una actitud reflexiva en lugar de reacciones impulsivas. En lugar de lamentarse por las oportunidades que se escaparon, se fomenta la reflexión sobre las elecciones realizadas y cómo pueden influir en futuras decisiones de inversión.
Al adoptar esta filosofía, el inversor se embarca en un camino de desarrollo continuo, donde cada experiencia, incluso aquellas que podrían considerarse pérdidas, se convierte en una oportunidad para crecer y mejorar. La comprensión de esta distinción no solo influye en las decisiones financieras, sino que también contribuye a forjar una mentalidad sólida y resistente ante los desafíos inherentes al mundo de las inversiones.
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