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El mito de la deuda rentable: anatomía de un autoengaño bien argentino

 

Analizamos como evitar caer en un ciclo de endeudamiento que en la mayoría de las ocasiones termina por beneficiar al prestador y nos aleja de la independencia económica

Especial de Nicolás Litvinoff para el Diario La Nación

En Argentina, donde el crédito suele ser caro, volátil y muchas veces está directa o indirectamente atado al valor del dólar, se volvió común disfrazar de “oportunidad” lo que, en el fondo, es una forma de endeudamiento riesgosa. A esa estrategia se la suele nombrar de distintas maneras: “deuda buena”, “apalancamiento” o “inversión financiada”. Pero más allá de cómo se la llame, la realidad no cambia. Endeudarse te ubica, de inmediato, del lado equivocado del juego. Y este es un juego que, en casi todos los casos, premia al acreedor, y esa línea que separa a quien presta de quien pide prestado se vuelve vital para la supervivencia financiera.
Esta columna tiene una intención incómoda, pero necesaria. Queremos que sea como un balde de agua fría para quienes están considerando tomar deuda, ya sea en pesos o en dólares. Y no lo decimos por decir: desde hace más de quince años, en este espacio insistimos en la misma idea. Conviene estar del lado de quien presta, no del que debe, porque esa es la diferencia entre avanzar hacia la independencia económica o quedar atrapado en un sistema de intereses, cuotas y compromisos que te alejan de ella.
Esa mentalidad puede marcar el inicio del camino hacia una verdadera independencia financiera.
¡Manos a la obra!

La ilusión de la “deuda buena”

Argentina está llena de espejismos financieros. Y uno de los más comunes, y también de los más peligrosos, es la idea de que existe algo llamado “deuda buena”. Se la presenta como una jugada inteligente, como una herramienta sofisticada o, incluso, como una elección inevitable. La lógica es siempre similar: endeudarse ahora, confiando en que más adelante la deuda se va a “licuar” o que la inversión rendirá mucho más que los intereses a pagar.
Tentador, sí. Pero la realidad suele ser distinta.
En la práctica, las cuotas suben más rápido de lo previsto, a medida que la inflación golpea los ingresos. Las devaluaciones alteran las condiciones de un día para el otro, y lo que parecía un buen negocio termina siendo una carga. Una que quita margen de acción y limita decisiones futuras.
Hay quienes piensan que tomar un crédito para comprar dólares, acciones o bienes durables es una forma de “ahorrar”. En países con baja inflación, tasas razonables y contratos estables, eso puede tener sentido. Una hipoteca, por ejemplo, puede funcionar como una herramienta financiera útil. Pero no en Argentina. Acá las tasas saltan, los contratos se ajustan, los ingresos pierden poder de compra, y las reglas cambian sin aviso, y lo que parecía un paso hacia adelante termina siendo una cinta que te arrastra para atrás.
Por eso es necesario cuestionar la idea de que hay deudas “buenas” y “malas”. Esa diferencia no aplica. Todas, en mayor o menor medida, afectan el bolsillo.
Y no hace falta irse a los grandes montos para ver los efectos. La llamada “deuda hormiga”, la del día a día con las tarjetas de crédito, es la más común y, también, la más peligrosa. Un pago mínimo hoy, otro más adelante, intereses que se suman, y un saldo que no baja sino más bien que aumenta. Así es como muchas familias quedan atrapadas en un ciclo que parece no terminar.
Ese es el verdadero rostro de la “deuda buena”. Un espejismo que, con el tiempo, puede volverse una pesadilla.

Acreedor vs. deudor: de qué lado conviene estar

En el sistema capitalista, la diferencia es clara: Los acreedores cobran primero, los deudores pagan después. Pagan con intereses y, muchas veces, también con angustia.
Esto no es un tecnicismo, una discusión de palabras. Es una diferencia estructural que determina de qué lado estás en la economía.
La estrategia que funciona no es encontrar un crédito “barato” (cosa que casi no existe en Argentina), sino ubicarse en la posición de prestar. Eso implica invertir tu dinero en activos donde otros (el Estado, empresas, bancos) te paguen por usarlo: bonos, cauciones bursátiles, plazos fijos, letras, obligaciones negociables. O sea: en lugar de usar deuda para “comprar tiempo”, usás tu capital para alquilarle tiempo a otros.
La idea de endeudarse para “ganarle a la inflación” casi nunca resulta. Los precios corren más rápido, y cuando se desinfla la ilusión, lo que queda es un saldo por pagar que achica el margen de maniobra mes a mes.
Y si hoy todavía no te sobra dinero para invertir, igual hay una regla que sirve: no cruzar la línea. Viví con lo que tenés. En función de tu ingreso real. Evitá la tentación de “vivir ahora y ver después cómo pagarlo”. Porque ese “después” llega. Y cobra con recargo.
La independencia financiera empieza así: con una decisión firme de no endeudarse.

Conclusión

La deuda no es solo un tema de números, es una forma de pensar. El deudor siempre está corriendo detrás, y las obligaciones le llegan antes que los sueños. El acreedor, en cambio, tiene el tiempo de su lado.
Si lo que querés es verdadera independencia financiera, la pregunta no debería ser si vas a poder pagar la próxima cuota. Debería ser: ¿querés pasar tu vida entera pagando cuotas?
La libertad económica no llega con más crédito. Llega con disciplina, paciencia, y con la decisión (incómoda, sí) de no caer en promesas vacías.

En este sistema, el que cobra intereses vive mejor que el que los paga. Y mientras sigas del lado de los que deben, vas a estar ayudando a sostener la renta de los demás.
El día que te pases del otro lado (cuando empieces a cobrar intereses en lugar de pagarlos) no solo vas a estar protegiendo tu dinero. También vas a empezar a entender, con claridad, de qué lado se construye el poder económico real.
Nos reencontramos el próximo martes con más material de Finanzas Personales e Inversiones.


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